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lunes, 17 de noviembre de 2014

Elisea y la flor perdida



Elisea y la flor perdida

Elisea tenía una flor,
la más bella de todas las flores,
pero el lobo se la comió,
porque no atendía a razones
_¡Maldito lobo y maldita flor!
que me han dejado sin ilusiones,
¡que me han dejado sin flor!
por no atender a razones.
El sol nace y se pone en el orbe todos los días, y pasan las noches; pasan y permanecen: no hay nada peor que sentirse sola en la oscuridad. Elisea lo sabía perfectamente, siempre decía “¡no hay nada peor que sentirse sola en la oscuridad!” sus amigos, no la entendían y se reían de ella “¡pues enciendes una vela!” decían. Eran afortunados, no llegaban a comprender lo que significaba la soledad, pero Elisea lo sabía muy bien, lo sabía perfectamente.
Elisea no era huérfana, ni tenía una familia que no la quisiese. Era la séptima de diez hermanos, tres chicas y siete chicos, sus abuelos aún vivían y le enseñaban esas cosas que los padres nunca tienen tiempo para enseñar; se sentía querida y arropada. Entonces, ¿por qué Elisea conocía la soledad? la cuestión era sencilla y a la vez muy complicada: Elisea había nacido con un hueco en el alma. Así es, un hueco en esa zona que comprende el corazón y el estómago; esa zona que se calienta cuando amas y se encoge cuando algo o alguien te hiere de verdad. Nadie podía explicarse esta rara deformidad. Sus padres habían acudido a varios médicos de los pueblos más cercanos y ninguno pudo establecer un diagnóstico claro. Su familia desesperada decidió acudir a una hechicera. Era muy temida en el pueblo a pesar de que raramente se la podía ver. Vivía en el corazón del bosque, al lado del río, en una casa de piedra y musgo con ventanas pequeñas y chimenea. Vivía sola porque no le gustaba lo que los lugareños pensaban de ella. Su actividad como hechicera _aunque ella se consideraba simplemente sanadora de almas_ le había traído más de un problema con los habitantes de los pueblos vecinos. Apenas recibía visitas y cuando alguien llamaba a su puerta se percibía en su rostro la suficiente desesperación como para acceder a sus servicios. Siempre los atendía y nunca pedía nada a cambio; tampoco lo recibía. Utilizaba diversos objetos para sus curaciones: plumas, piedras, agua, inciensos... no porque tuviesen alguna propiedad específica curativa, sino porque entendía que los pacientes aceptaban de mucho mejor grado esa parafernalia que la actividad de lo invisible.
El día que la familia de Elisea se presentó con la niña en brazos Sartana _así es como se llamaba la joven hechicera_ no pudo contener las lágrimas, era tal la compasión que sentía por esa pequeña criatura que apenas rondaba el año. Su mirada estaba vacía, apenas podía sostener sus minúsculos miembros debido al profundo cansancio que la acosaba; su gesto era triste y su rostro pálido, sin vida. Sartana no sabía qué hacer, era el primer caso de este tipo que se le presentaba y se sentía invadida por una profunda frustración. Debía consultar diversos libros y, sobre todo, pedir consejo al Gran Diamante, por ello citó a la familia para los idus de Marzo.
Las tres semanas siguientes Sartana las dedicó a visitar los cónclaves y a los maestros que los habitaban en busca de información. Todos le daban consejos pero ninguno una solución definitiva. Sartana comenzaba a impacientarse, el tiempo se iba escurriendo en sus manos y llegaría con ellas vacías junto a aquella pobre criatura. El cónclave del Gran Diamante era su último recurso y el lugar en el que depositaba todas sus esperanzas. Este cónclave no estaba presidido por ningún maestro, no había libros ni ilustraciones de ningún tipo, lo único que había era un espejo, un gran espejo en forma de diamante que ocupaba el centro del habitáculo. Sartana ya había estado en ese lugar el día de su iniciación pero no había estado sola, su maestro y tres aspirantes la acompañaban. Conocía las cualidades del Gran Diamante pero nunca las había puesto en práctica, pues hasta ahora no lo había necesitado. La joven hechicera estaba algo nerviosa, desconocía qué iba a ocurrir en cuanto se acercara al espejo y se aproximó con cautela aunque no temerosa, sabía que nada malo podía pasarle. En el momento en que se situó frente a una de las caras del diamante el reflejo le devolvió una imagen suya perfecta, era ella, sí, pero mucho más hermosa y armoniosa; mucho más serena y sabia; desprendía luz por cada poro de su piel, una luz blanca que cada vez se hacía más intensa. Llegó a un punto en que le fue imposible adivinar el contorno de su cuerpo y solo veía reflejados sus ojos, su nariz y su boca. La mayor parte de la luz se había concentrado en su pecho y había formado la figura de una rosa. El reflejo desapareció y Sartana se sintió llena de agradecimiento porque al fin había comprendido cuál era la solución.
Llegó a la casa del bosque el mismo trece de Marzo muy temprano, aún disponía de varias horas antes de que llegase Elisea y las dedicó a la meditación. Recordó su viaje y el recorrido por los diversos cónclaves; lo injusta que había sido con los maestros al frustrarse y pensar que sus consejos no le servían de nada. Sabía que la verdad la había encontrado en su interior pero las palabras de los sabios habían sido la brecha por la que se habían derramado todos los conocimientos necesarios para llegar a esa verdad.
A las tres de la tarde llamaron a la puerta. Sartana ya había dispuesto todo lo necesario para el ritual previo que iba a llevar a cabo: velas, incienso, conchas... abrió la puerta y allí estaban, Elisea estaba más delgada que la última vez y los padres tenían los ojos más hundidos “¡creo que se nos va!” decía la madre con lágrimas en los ojos. Sartana los tranquilizó y los dirigió hacia el altar que tenía preparado, no había ninguna imagen, simplemente tres velas blancas. Sartana les pidió que le dejasen a la niña y que en silencio y serenamente rezasen y tuvieran confianza en que su hija se iba a recuperar. La madre se mostró reticente en un principio pero al fin depositó a la criatura en sus brazos. A la hechicera le sorprendió el excesivo peso de la niña a pesar de que su cuerpecito era mínimo, era el peso de un cuerpo sin alma. Sartana decidió actuar rápidamente. Llevó a Elisea a otra habitación y le enseñó una rosa, una rosa blanca, perfecta y hermosa. La pequeña apenas tenía fuerza para sostener la cabeza pero hacía evidentes esfuerzos por verla, en el momento que la localizó y pudo centrar su atención en ella sus ojos tomaron expresión. Sartana con la niña brazos comenzó a hablar con la voz más dulce y serena que había utilizado jamás.
_¿Ves esta rosa?, pues esta rosa es el pedacito de alma que te falta. Llévala colgada siempre en tu cuello y sellará el agujero con el que naciste. No temas, nunca se corromperá porque el alma es inmortal y la rosa forma parte de tu alma. Lo único que tienes que hacer es ser feliz en todo lugar y momento, nunca pensar negativamente y aceptar y enfrentarte a las experiencias de tu vida con valor y coraje. Recuerda que el temor es el peor de nuestros enemigos, nunca debes dejarte vencer por él.
Sartana sabía con certeza que aunque Elisea era muy pequeña para entender lo que le había explicado, lo había entendido perfectamente, pues había quedado registrado en lo más profundo de su corazón.
Pasaron ocho años y Elisea había crecido con toda normalidad. Era una niña feliz. Jamás ni ella ni su familia volvieron a visitar a la hechicera. La rosa de su pecho seguía fresca y bella como el primer día. Elisea nunca se la descolgaba del cuello y no podía evitar en ciertos momentos sentirse temerosa de que alguien pudiese robársela. Una mañana muy temprano, camino de la escuela Elisea se detuvo cerca del puente del río Sen, era habitual que algo le llamase la atención en esa parte del bosque, era un entorno precioso y siempre había diversa flora y fauna dispuesta a ser descubierta por una mirada pura. Esta vez había sido un agujero escarbado en una pared de tierra junto al viejo roble. Era un hueco amplio, parecía la madriguera de un animal bastante voluminoso y Elisea se asustó: "¿qué clase de animal puede vivir ahí?" pensó "¿y por qué ha decidido forjar su hogar justo en el camino que me lleva de casa a la escuela?". Para Elisea era un fastidio este inconveniente, le encantaba la escuela a pesar de que todos los días tenía que levantarse a las seis de la mañana, atravesar el bosque y hacer un largo recorrido para llegar. La mayoría de los niños de su pueblo, incluidos sus hermanos, no habían ido a la escuela por este motivo, pero Elisea había insistido a sus padres durante varios meses para que le dejasen ir, le encantaba aprender cosas nuevas, sobre todo historia y geografía porque le permitían fantasear sobre otros lugares y tiempos e imaginarse en ellos. La vida del pueblo era muy aburrida para Elisea, lo único que le gustaba era poder internarse en el bosque y disfrutar de su vida, de la armonía y la perfección que emanaban todas las cosas. A sus padres no les hacía ninguna gracia que su hija tuviese tanta predilección por esos lugares, temían que Elisea pudiese encontrarse con la hechicera y le reclamase la rosa, después de todo era una bruja y aunque había hecho algo muy bueno por su hija no podían fiarse de ella, era una opinión generalizada en el pueblo.
Elisea seguía inmóvil delante de aquel agujero oscuro, el temor la había paralizado, algo brillaba en lo profundo de la cueva, dos destellos parpadeantes que cada vez se hacían más grandes, algo se estaba acercando hacia ella y los destellos se habían convertido en dos ojos horribles, enormes y terroríficos. Elisea comenzó a correr hacia el puente, su cuerpo se tambaleaba y apenas podía respirar, algo extraño le ocurría, sus extremidades no respondían y se desplomó boca abajo en el suelo. Sentía el aliento de ese ser en la nuca, Elisea casi no se podía mover pero logró levantar suficientemente la cabeza para poder ver el monstruo que la estaba acosando. Un lobo negro enorme se encontraba sobre ella, su mirada no era de fiereza sino de indiferencia, llevaba algo en la boca, una flor
_¡Mi rosa blanca!_ gritó desesperadamente Elisea _¡no te la comas, me moriré!_ el lobo seguía mirándola con la misma expresión y lentamente se dirigió a su madriguera.
_Por favor... por favor_ a Elisea le faltaba el aliento_ no te la comas, es mi alma, es el hueco que me falta_ el lobo miró una última vez hacia atrás antes de introducirse en la cueva.
Elisea se sentía desamparada, había perdido la luz de su alma, aún no había amanecido y se sentía muy sola, sola en la oscuridad de su alma, no podía moverse y el terror recorría todo su cuerpo. En ese momento sintió unos leves pasos en el puente, intentó gritar, decir algo, pedir auxilio aunque se tratase del mismísimo diablo. No lo consiguió, no podía articular palabra y del esfuerzo se desmayó.
Elisea se despertó en una cama extraña aunque la habitación le resultaba familiar, en las paredes había velas, conchas y el ambiente lo cubría un suave aroma a incienso. La puerta de la habitación se abrió y apareció ante ella una mujer bellísima, de pelo castaño y largo con un vestido de color verde esmeralda
_Hola Elisea, ¿cómo te encuentras?_ Elisea instintivamente se llevó la mano al pecho.
_Mi rosa, ya no la tengo, el lobo se la ha comido pero yo...sigo viva y me siento bien, ¿cómo es posible?_ Sartana la miró con dulzura, se acercó a la cama y se sentó cerca de ella, le hablo con una voz muy familiar, muy dulce, Elisea se sentía mecida por sus palabras.
_Porque la rosa era el reflejo del espejo de tu espíritu, nunca ocupó el hueco, pero te dio la fuerza suficiente para que reclamases la luz de tu alma y ese hueco se llenase. Necesitabas ayuda, pero eras demasiado pequeña para comprender que solo tú misma podías salvarte, yo solo te di la herramienta, fuiste tú, querida Elisea, quien construyó el puente_ Elisea estaba muy emocionada, solo sentía agradecimiento y abrazó a Sartana con todas sus fuerzas, se acordaba de ella, siempre la había tenido en su corazón.
El sol nace y se pone en el orbe todos los días, y pasan las noches; pasan y se van, solo un cuerpo que ha olvidado su alma puede sentirse solo en la oscuridad.


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