Elisea y la flor perdida
Elisea tenía una flor,
la más bella de todas las
flores,
pero el lobo se la comió,
porque no atendía a razones
_¡Maldito lobo y maldita flor!
que me han dejado sin ilusiones,
¡que me han dejado sin flor!
por
no atender a razones.
El sol nace y se pone en el orbe
todos los días, y pasan las noches; pasan y permanecen: no hay nada
peor que sentirse sola en la oscuridad. Elisea lo sabía
perfectamente, siempre decía “¡no hay nada peor que sentirse sola
en la oscuridad!” sus amigos, no la entendían y se reían de ella
“¡pues enciendes una vela!” decían. Eran afortunados, no
llegaban a comprender lo que significaba la soledad, pero Elisea lo
sabía muy bien, lo sabía perfectamente.
Elisea no era huérfana, ni tenía
una familia que no la quisiese. Era la séptima de diez hermanos,
tres chicas y siete chicos, sus abuelos aún vivían y le enseñaban
esas cosas que los padres nunca tienen tiempo para enseñar; se
sentía querida y arropada. Entonces, ¿por qué Elisea conocía la
soledad? la cuestión era sencilla y a la vez muy complicada: Elisea
había nacido con un hueco en el alma. Así es, un hueco en esa zona
que comprende el corazón y el estómago; esa zona que se calienta
cuando amas y se encoge cuando algo o alguien te hiere de verdad.
Nadie podía explicarse esta rara deformidad. Sus padres habían
acudido a varios médicos de los pueblos más cercanos y ninguno pudo
establecer un diagnóstico claro. Su familia desesperada decidió
acudir a una hechicera. Era muy temida en el pueblo a pesar de que
raramente se la podía ver. Vivía en el corazón del bosque, al lado
del río, en una casa de piedra y musgo con ventanas pequeñas y
chimenea. Vivía sola porque no le gustaba lo que los lugareños
pensaban de ella. Su actividad como hechicera _aunque ella se
consideraba simplemente sanadora de almas_ le había traído más de
un problema con los habitantes de los pueblos vecinos. Apenas recibía
visitas y cuando alguien llamaba a su puerta se percibía en su
rostro la suficiente desesperación como para acceder a sus
servicios. Siempre los atendía y nunca pedía nada a cambio; tampoco
lo recibía. Utilizaba diversos objetos para sus curaciones: plumas,
piedras, agua, inciensos... no porque tuviesen alguna propiedad
específica curativa, sino porque entendía que los pacientes
aceptaban de mucho mejor grado esa parafernalia que la actividad de
lo invisible.
El día que la familia de Elisea
se presentó con la niña en brazos Sartana _así es como se llamaba
la joven hechicera_ no pudo contener las lágrimas, era tal la
compasión que sentía por esa pequeña criatura que apenas rondaba
el año. Su mirada estaba vacía, apenas podía sostener sus
minúsculos miembros debido al profundo cansancio que la acosaba; su
gesto era triste y su rostro pálido, sin vida. Sartana no sabía qué
hacer, era el primer caso de este tipo que se le presentaba y se
sentía invadida por una profunda frustración. Debía consultar
diversos libros y, sobre todo, pedir consejo al Gran Diamante, por
ello citó a la familia para los idus de Marzo.
Las tres semanas siguientes
Sartana las dedicó a visitar los cónclaves y a los maestros que los
habitaban en busca de información. Todos le daban consejos pero
ninguno una solución definitiva. Sartana comenzaba a impacientarse,
el tiempo se iba escurriendo en sus manos y llegaría con ellas
vacías junto a aquella pobre criatura. El cónclave del Gran
Diamante era su último recurso y el lugar en el que depositaba todas
sus esperanzas. Este cónclave no estaba presidido por ningún
maestro, no había libros ni ilustraciones de ningún tipo, lo único
que había era un espejo, un gran espejo en forma de diamante que
ocupaba el centro del habitáculo. Sartana ya había estado en ese
lugar el día de su iniciación pero no había estado sola, su
maestro y tres aspirantes la acompañaban. Conocía las cualidades
del Gran Diamante pero nunca las había puesto en práctica, pues
hasta ahora no lo había necesitado. La joven hechicera estaba algo
nerviosa, desconocía qué iba a ocurrir en cuanto se acercara al
espejo y se aproximó con cautela aunque no temerosa, sabía que nada
malo podía pasarle. En el momento en que se situó frente a una de
las caras del diamante el reflejo le devolvió una imagen suya
perfecta, era ella, sí, pero mucho más hermosa y armoniosa; mucho
más serena y sabia; desprendía luz por cada poro de su piel, una
luz blanca que cada vez se hacía más intensa. Llegó a un punto en
que le fue imposible adivinar el contorno de su cuerpo y solo veía
reflejados sus ojos, su nariz y su boca. La mayor parte de la luz se
había concentrado en su pecho y había formado la figura de una
rosa. El reflejo desapareció y Sartana se sintió llena de
agradecimiento porque al fin había comprendido cuál era la
solución.
Llegó a la casa del bosque el
mismo trece de Marzo muy temprano, aún disponía de varias horas
antes de que llegase Elisea y las dedicó a la meditación. Recordó
su viaje y el recorrido por los diversos cónclaves; lo injusta que
había sido con los maestros al frustrarse y pensar que sus consejos
no le servían de nada. Sabía que la verdad la había encontrado en
su interior pero las palabras de los sabios habían sido la brecha
por la que se habían derramado todos los conocimientos necesarios
para llegar a esa verdad.
A las tres de la tarde llamaron a
la puerta. Sartana ya había dispuesto todo lo necesario para el
ritual previo que iba a llevar a cabo: velas, incienso, conchas...
abrió la puerta y allí estaban, Elisea estaba más delgada que la
última vez y los padres tenían los ojos más hundidos “¡creo que
se nos va!” decía la madre con lágrimas en los ojos. Sartana los
tranquilizó y los dirigió hacia el altar que tenía preparado, no
había ninguna imagen, simplemente tres velas blancas. Sartana les
pidió que le dejasen a la niña y que en silencio y serenamente
rezasen y tuvieran confianza en que su hija se iba a recuperar. La
madre se mostró reticente en un principio pero al fin depositó a la
criatura en sus brazos. A la hechicera le sorprendió el excesivo
peso de la niña a pesar de que su cuerpecito era mínimo, era el
peso de un cuerpo sin alma. Sartana decidió actuar rápidamente.
Llevó a Elisea a otra habitación y le enseñó una rosa, una rosa
blanca, perfecta y hermosa. La pequeña apenas tenía fuerza para
sostener la cabeza pero hacía evidentes esfuerzos por verla, en el
momento que la localizó y pudo centrar su atención en ella sus ojos
tomaron expresión. Sartana con la niña brazos comenzó a hablar con
la voz más dulce y serena que había utilizado jamás.
_¿Ves esta rosa?, pues esta rosa
es el pedacito de alma que te falta. Llévala colgada siempre en tu
cuello y sellará el agujero con el que naciste. No temas, nunca se
corromperá porque el alma es inmortal y la rosa forma parte de tu
alma. Lo único que tienes que hacer es ser feliz en todo lugar y
momento, nunca pensar negativamente y aceptar y enfrentarte a las
experiencias de tu vida con valor y coraje. Recuerda que el temor es
el peor de nuestros enemigos, nunca debes dejarte vencer por él.
Sartana sabía con certeza que
aunque Elisea era muy pequeña para entender lo que le había
explicado, lo había entendido perfectamente, pues había quedado
registrado en lo más profundo de su corazón.
Pasaron ocho años y Elisea había
crecido con toda normalidad. Era una niña feliz. Jamás ni ella ni
su familia volvieron a visitar a la hechicera. La rosa de su pecho
seguía fresca y bella como el primer día. Elisea nunca se la
descolgaba del cuello y no podía evitar en ciertos momentos sentirse
temerosa de que alguien pudiese robársela. Una mañana muy temprano,
camino de la escuela Elisea se detuvo cerca del puente del río Sen,
era habitual que algo le llamase la atención en esa parte del
bosque, era un entorno precioso y siempre había diversa flora y
fauna dispuesta a ser descubierta por una mirada pura. Esta vez había
sido un agujero escarbado en una pared de tierra junto al viejo
roble. Era un hueco amplio, parecía la madriguera de un animal
bastante voluminoso y Elisea se asustó: "¿qué clase de animal
puede vivir ahí?" pensó "¿y por qué ha decidido forjar
su hogar justo en el camino que me lleva de casa a la escuela?".
Para Elisea era un fastidio este inconveniente, le encantaba la
escuela a pesar de que todos los días tenía que levantarse a las
seis de la mañana, atravesar el bosque y hacer un largo recorrido
para llegar. La mayoría de los niños de su pueblo, incluidos sus
hermanos, no habían ido a la escuela por este motivo, pero Elisea
había insistido a sus padres durante varios meses para que le
dejasen ir, le encantaba aprender cosas nuevas, sobre todo historia y
geografía porque le permitían fantasear sobre otros lugares y
tiempos e imaginarse en ellos. La vida del pueblo era muy aburrida
para Elisea, lo único que le gustaba era poder internarse en el
bosque y disfrutar de su vida, de la armonía y la perfección que
emanaban todas las cosas. A sus padres no les hacía ninguna gracia
que su hija tuviese tanta predilección por esos lugares, temían que
Elisea pudiese encontrarse con la hechicera y le reclamase la rosa,
después de todo era una bruja y aunque había hecho algo muy bueno
por su hija no podían fiarse de ella, era una opinión generalizada
en el pueblo.
Elisea seguía inmóvil delante
de aquel agujero oscuro, el temor la había paralizado, algo brillaba
en lo profundo de la cueva, dos destellos parpadeantes que cada vez
se hacían más grandes, algo se estaba acercando hacia ella y los
destellos se habían convertido en dos ojos horribles, enormes y
terroríficos. Elisea comenzó a correr hacia el puente, su cuerpo se
tambaleaba y apenas podía respirar, algo extraño le ocurría, sus
extremidades no respondían y se desplomó boca abajo en el suelo.
Sentía el aliento de ese ser en la nuca, Elisea casi no se podía
mover pero logró levantar suficientemente la cabeza para poder ver
el monstruo que la estaba acosando. Un lobo negro enorme se
encontraba sobre ella, su mirada no era de fiereza sino de
indiferencia, llevaba algo en la boca, una flor
_¡Mi rosa blanca!_ gritó
desesperadamente Elisea _¡no te la comas, me moriré!_ el lobo
seguía mirándola con la misma expresión y lentamente se dirigió a
su madriguera.
_Por favor... por favor_ a
Elisea le faltaba el aliento_ no te la comas, es mi alma, es el hueco
que me falta_ el lobo miró una última vez hacia atrás antes de
introducirse en la cueva.
Elisea se sentía desamparada,
había perdido la luz de su alma, aún no había amanecido y se
sentía muy sola, sola en la oscuridad de su alma, no podía moverse
y el terror recorría todo su cuerpo. En ese momento sintió unos
leves pasos en el puente, intentó gritar, decir algo, pedir auxilio
aunque se tratase del mismísimo diablo. No lo consiguió, no podía
articular palabra y del esfuerzo se desmayó.
Elisea se despertó en una cama
extraña aunque la habitación le resultaba familiar, en las paredes
había velas, conchas y el ambiente lo cubría un suave aroma a
incienso. La puerta de la habitación se abrió y apareció ante ella
una mujer bellísima, de pelo castaño y largo con un vestido de
color verde esmeralda
_Hola Elisea, ¿cómo te
encuentras?_ Elisea instintivamente se llevó la mano al pecho.
_Mi rosa, ya no la tengo, el
lobo se la ha comido pero yo...sigo viva y me siento bien, ¿cómo es
posible?_ Sartana la miró con dulzura, se acercó a la cama y se
sentó cerca de ella, le hablo con una voz muy familiar, muy dulce,
Elisea se sentía mecida por sus palabras.
_Porque la rosa era el reflejo
del espejo de tu espíritu, nunca ocupó el hueco, pero te dio la
fuerza suficiente para que reclamases la luz de tu alma y ese hueco
se llenase. Necesitabas ayuda, pero eras demasiado pequeña para
comprender que solo tú misma podías salvarte, yo solo te di la
herramienta, fuiste tú, querida Elisea, quien construyó el puente_
Elisea estaba muy emocionada, solo sentía agradecimiento y abrazó a
Sartana con todas sus fuerzas, se acordaba de ella, siempre la había
tenido en su corazón.
El sol nace y se pone en el orbe
todos los días, y pasan las noches; pasan y se van, solo un cuerpo
que ha olvidado su alma puede sentirse solo en la oscuridad.
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