I
Pienso, existo, pienso,
hago, soy, creo, invento, imagino, pienso...
Todo está inmóvil a mi
alrededor, las partículas de polvo se encuentran suspendidas en el
espacio. Las expresiones de la gente han quedado paralizadas en un
crisol de gestos que sólo ahora puedo apreciar. La luz se refleja en
los objetos con una opacidad pegajosa y el oxígeno se ha vuelto tan
denso que casi se puede masticar. Muevo una mano y dibujo en el aire
una estela de luz; pinto espirales y me quedo un rato embobada,
viendo como van disipándose poco a poco desde su extremo.
Las extrañas luces
siguen allí, en lo alto del cielo, también ellas paralizadas, pero
puedo sentir una ligera vibración que llega hasta mis oídos y una
extraña fuerza que hace erizar mis cabellos. Mi mundo se está
desmoronando y tengo el cerebro a punto de estallar. La visión se me
nubla y me cuesta respirar. Debo arrodillarme para no perder el
equilibrio y golpearme contra el suelo. La vibración se hace más
intensa, al mismo tiempo que la luz. Luz y sonido se hacen
insoportables. Sigo arrodillada, tapándome los oídos y con los
párpados fuertemente cerrados pero, aún así, es insoportable.
Siento una fuerza en lo alto que me aplasta contra el suelo y que me
obliga a tumbarme, mis pulmones se vacían de aire y sé que es el
final...
Pienso, existo, pienso,
hago, soy, creo, invento, imagino, pienso...
II
Entreabro los ojos y un
blanco brillante se cuela por el umbral de mis párpados. No sé si
estoy de pie o tumbada, no siento peso, ni presión, ni frío ni
calor; no tengo hambre ni sed, ni dolor... ¿dónde estaré? ¿Será
esto el paraíso? Seguro que no es el infierno, no me sentiría tan
bien...¡qué paz! Podría seguir así toda la eternidad. Abro los
ojos por completo y sólo puedo distinguir un intenso blanco; siento
mi cuerpo pero no puedo verlo. Agito la mano delante de mi cara pero
no consigo percibir ninguna imagen. Una sensación incómoda me
invade y todo se vuelve oscuro. La vibración reaparece y el pánico
se adueña de mí. Peso, presión, frío y dolor trepan
repentinamente desde los pies a la cabeza, aguijoneando cada célula
de mi cuerpo. A lo lejos una puerta se abre mostrando su silueta
trapezoidal. La luz comienza a arañar la superficie de la estancia
donde me encuentro hasta alcanzarme. Puedo ver la punta de mis dedos
arqueados por la tensión.
III
El mundo siempre me
había parecido extraño, como si yo no llegara a formar parte de él
completamente; una pieza de un gran mecanismo que ha sido forzada
para que encajase y que, se sabe, antes o después va a ceder,
causando el colapso de la maquinaria. ¿Por qué estamos en ese
planeta?, ¿con qué fin? A veces me parecía que los humanos éramos
la más extraña forma de vida en la faz de la Tierra. Me quedaba
parada en mitad de la acera y veía pasar a la gente: unos acelerados
y con cara de pocos amigos, otros, la minoría, más lentos y con
expresiones de paz en su rostro; gente que iba hacia su trabajo,
otros a su casa, algunos a una cita importante, a la compra, a la
escuela... todos iban a algún lado, pero...¿hacia dónde?, ¿qué
sentido tenía todo aquello? Los miraba y unos cuantos me miraban
molestos, otros, sorprendidos; la mayoría no se daba cuenta de mi
estática presencia. Después, alzaba el rostro hacia el cielo y lo
veía ahí, celeste, grisáceo, encapotado, daba igual el color que
presentase, para mí era un fiel aliado, un compañero, mi salvación,
tomaba una gran bocanada de aire, como intentando atraer su esencia
hacia mi ser y me volvía a sumergir en la violenta marea de
individuos.