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martes, 21 de marzo de 2017

La gárgola y el caballo

Hoy he decidido contar una experiencia extracorporal (o metafísica, realmente no sé como calificarla) que me sucedió hace muchos años, más o menos unos 20. Hasta ahora la he contado a muy pocas personas, familiares muy allegados o amigos muy cercanos, quizás por miedo a no ser comprendida o ser tachada de demente. Hoy, a mis 36 años, no me afecta demasiado lo que otros puedan pensar de mí (sobre todo si se trata de desconocidos o de gente que no aprecio) y, en cambio, creo que compartir esta experiencia puede ser  enriquecedor, tanto para mí como para quien me lea, porque estoy segura que muchos han vivido eventos similares y, como yo, no los han compartido por miedo al rechazo o a que no los entendieran. Y, precisamente, del miedo trata esta experiencia, de esa fuerza paralizante y destructora que saca lo peor de nosotros. No hablo del miedo instintivo, corporal, que nos avisa de un peligro real y pone nuestro cuerpo en alerta ante un posible riesgo o ataque; hablo del miedo mental, el que nos hace recrear mil escenas terroríficas que podrían pasarnos.

Por muchos años viví dominada por este miedo, hasta tal punto que mi vida se hizo muy difícil, casi imposible de soportar. A los 24 años pasé un año terrible, donde el pánico y los ataques de ansiedad dominaban mi día a día y cualquier nimiedad se convertía, en mi mente, en un riesgo real para mi vida, hasta tal punto que un psiquiatra me recomendó medicación, la cual rechacé porque, sabía que, aunque vivía dominada por el pánico, la única que podría sacarme de esa situación era yo misma...y así fue. No fue fácil y no digo que lo haya superado del todo, el miedo siempre está acechando, esperando una debilidad para poder asomarse y volver a dominarnos. Creo que, de alguna manera, la experiencia que tuve a los 16 años me ayudó a tener confianza en mí misma y poder superarlo.

Era una adolescente y ya hacía un par de años que venía experimentando experiencias extracorporales, esto es, la sensación de salir de mi cuerpo. Esto ocurría normalmente a primera hora de la mañana o cuando me había levantado en la madrugada para estudiar y me volvía a acostar para descansar un poco. En este estado de duermevela, donde mi cuerpo estaba muy cansado pero mi mente todavía activa, solía sentir como mis pies se levantaban de la superficie de la cama y, seguidamente, las piernas...a este punto todavía podía decidir si quería salir o no y, a veces, me negaba (por miedo o cansancio) pero otras veces me dejaba llevar y una parte de mí (aquella que poseía la consciencia) se desprendía de mi cuerpo físico. A veces me veía durmiendo en la cama, otras veía diferentes habitaciones, una vez llegué hasta el puerto de mi ciudad, a veces veía otras personas. En muchas ocasiones las imágenes se proyectaban desde en centro de mi frente en un círculo iluminado. Esta experiencia que quiero relataros fue un poco diferente y más especial para mí por su significado.

Me encontraba, como muchas noches en mi adolescencia, sobrevolando un espacio desconocido. En este caso era un desierto. Poco a poco me fui acercando a la arena dorada. De repente, vi un juego de sombras que se asemejaba a un rostro, se parecía mucho a la famosa cara de Marte y, la verdad, en aquella época me daba pavor cualquier cosa que tuviera que ver con extraterrestres. Por ello, cuando relacioné las imágenes me empezó a invadir el terror y para escapar de aquella situación abrí los ojos, pero al abrirlos una luz extraña iluminaba mi habitación y en la pared al lado de mi cama se encontraba aquel rostro terrorífico del que trataba de huir. Cuando lo vi mejor empezó a transformarse en la cara de una gárgola, y mi miedo se hizo más grande. No sabía qué hacer, estaba paralizada por el miedo pero, de repente el valor se apoderó de mí y mentalmente le dije que no me podía hacer daño, que yo era más fuerte que ella y, como  gesto simbólico le eché la lengua. En ese momento la cabeza de la gárgola se giró y su perfil se convirtió en una cabeza de caballo blanco que, en relieve, sobresalía de la pared. Empezó a correr por la pared y al llegar a la altura de mis pies salió del muro y giró hacia mi dirección. De repente comenzó a azotar el viento, siempre en dirección hacia mi cabeza, podía sentirlo entre mis cabellos al mismo tiempo que el caballo, a medio metro sobre mí y con un tamaño muy reducido (de unos 30 centímetros de largo) corría hacia mí. Cuando llegó al cabecero de la cama, desapareció por la pared y luz y viento se calmaron hasta desvanecerse.

El significado de esta experiencia, aunque fue claro para mí desde el principo, tardó muchos años en surtir verdadero efecto. He tenido que superar muchos miedos en mi vida. Pero creo que, precisamente los he superado por la enseñanza de la misma. No me he dejado vencer por ellos y he hecho cosas que para mí merecía la pena hacer venciéndolos.

Muchos pueden calificar esta experiencia de sueño, proyección mental, etc, etc...la verdad, para mí no es tan importante al etiqueta sino lo que me dejó.

Espero que os haya gustado esta historia y espero que os deje una enseñanza como me la dejó a mí. Por favor, contad vuestras experiencias para que yo también pueda aprender de ellas.